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Tuve la genial ocurrencia de hacer un viaje de fin de semana para conocer a los famosísimos Guerreros de Terracota.
Por lo general me gusta viajar sóla y organizar mi propio viaje. Esta vez no lo hice así, porque como no hablo chino y el tiempo era limitado, no tenía ganas de lidiar con problemas de lenguaje, sólo quería disfrutar y punto.
Así que contraté un paquete de viaje que ya tenía todo incluido. Me salió un poco caro, pero igualmente lo compré.
Total que el viernes por la tarde debía de reunirme con el guía y los demás viajeros que integraban el grupo en la estación de trenes del oeste de Beijing, porque la travesía de ida sería en tren y de regreso en avión.
Eso me gustó, porque siempre me ha gustado viajar en tren, y los trenes con cama me parecen nostálgicos, me recuerdan películas, libros, canciones y sueños.
Fui la primera en llegar.
Las estaciones de tren en Beijing son difíciles de describir. Están en todo momento atiborradas de gente. El tren es la forma de transporte más utilizada por los chinos para viajar entre ciudades. Es relativamente barato, y la red de vías cubre prácticamente todo el vasto territorio chino.
Ya había ido yo una vez a la estación de trenes de Beijing, en un intento fallido de comprar por mi cuenta un boleto de tren hacia Xi’an y hacer el viaje por mis propios medios.
La sala de espera estaba completamente llena. De hecho la gente está por todas partes, no sólo en las salas de espera, también a las afueras de la estación, y en los puestos y tienditas, entre lo que más se venden están los banquitos ínfimos y plegables que la gente despliega para sentarse a esperar.
Otros van más lejos y llevan una especie de petates, pero hechos de bambú, que extienden en el suelo, luego sacan sus cobijas, se acuestan, se tapan y así esperan el tren.
Todos comen, tallarines instantáneos tipo maruchan y platos preparados que incluyen arroz con huevo cocido y carne de puerco todo mezclado. Muchos de los asientos de la estación estan ocupados por los bultos y maletas de los viajeros, pero nadie dice nada (si yo supiera hablar chino, sí les pediría que me dejaran sentar y que pusieran sus bultos en el suelo).
Vi un asiento ocupado a la mitad por una bolsa, así que recorrí la bolsa y me senté entre dos grupos de chinos.
Luego llegó un chino, yo creo que a reclamarme, pero no me paré. Me dijo cosas en chino, yo le dije cosas en español. Cogió la bolsa y se fue. Bien por mi.
Como 45 minutos después (llegué con mucha anticipación) llegó el guía y los demás viajeros que habían comprado el mismo paquete que yo. Había entre ellos estadounidenses, una suiza, una franco-estadounidense y creo que ya (al otro día se nos unieron más).
Abordamos el tren casi a las 8:00 de la noche. El viaje estaba destinado a durar toda la noche y la hora de arribo a Xi’an estaba programada para las 9:00 de la mañana del sábado.
Me tocó compartir compartimento con la suiza, y con dos chinos, padre e hija. Buenos compañeros de viaje, tranquilos, no ruidosos y respetuosos.
Entonces ocurrió algo que, debo reconocer, me arruinó el resto del viaje: me di cuenta de que había olvidado una bolsita donde llevo siempre mi cepillo de dientes, mi pasta, mis medicinas por si acaso y algunos remedios tradicionales chinos contra la indigestión que han resultado geniales.
Me dio coraje conmigo haber olvidado algo tan importante y que había preparado con anticipación. Estuve tanto tiempo esperando en la estación de trenes que bien hubiera podido regresar a casa y luego volver a la estacion… en fin, no quise pensar más en ello para no hacer más corajes.
La suiza, toda linda, me ofreció un chicle para limpiar mi aliento lo más que se pudiera, en lo que llegábamos a la ciudad para comprar pasta de dientes y cepillo.
Aunque paré de reclamarme a mi misma, no saqué de mi sistema esa molestia por haber olvidado mis cosas de higiene personal, lo que más tarde me redituaría en un mal viaje, en sentido literal y figurado.
Llegamos a Xi’an y la mañana era nublada. Ya he dicho en ocasiones anteriores que los días nublados están lejos de ser mis favoritos, sin embargo era mi única oportunidad de estar en Xi’an, así que traté de pasar por alto el incidente, porque además, los humanos nada podemos contra la naturaleza.
Fuimos a registrarnos al hotel, un hotel muy mono, limpio, elegante, me recordó a aquellos donde me hospedaba cuando trabajaba como reportera de viajes, de lo lindo que estaba. Había valido la pena el costo del viaje.
Ahí mismo tuvimos un desayuno delicioso y luego nos fuimos a conocer la muralla de la ciudad. Además de la Gran Muralla, hay algunas ciudades de China que tienen sus propias y pequeñas murallas “personales”. La de Xi’an permanece intacta en muchos de sus tramos y es realmente hermosa, porque se alza varios metros del suelo, calculo como unos 20, y es gruesa, pues sobre ella se construyeron a todo lo largo varias edificaciones que servían como puestos de vigilancia.
Es posible recorrerla toda en bicicleta, las bicis se rentan ahí mismo.
Xi’an tiene una historia muy interesante, pues fue capital del imperio chino en muchas ocasiones.
Cuando llegamos a la muralla estaba lloviendo, y la guía nos dio 30 minutos para pasear por ella. Esa fue la parte que más lamenté de todo el viaje: los reducidos tiempos para pasear por algunos de los lugares más hermosos de Xi’an, pero todo estaba programado según un itinerario cero flexible, así que todos obedientes, paseamos un poco por la muralla, tomamos fotos y luego regresamos al bus.
Fuimos a comer a un restaurante que estaba cerca del lugar donde están los Guerreros de Terracota, y luego fuimos a conocerlos a ellos, a los guerreros.
Los grandes restaurantes chinos merecen mención aparte, porque son realmente grandes. Pueden ocupar todo un edificio de varios pisos, sólo un restaurante, es decir, el mismo restaurante. Lo que pasa es que los chinos están acostumbrados a reservar habitaciones privadas, con sus mesas y sillas, para cuando van a comer en grupo, entonces, además del salón principla, los restaurantes grandes tienen muchísimas de estas habitaciones privadas.
El restaurante donde comimos antes de ver a los guerreros de terracota era de estos. En el salón principal se festejaba una boda. El cantante del grupo que amenizaba tenía una voz tan potente que amenazaba con colarse con sus cantos en chino hasta nuestro comedor privado, pero gracias a Dios no fue así.
En estos restaurantes, en todos ellos, las mesas son redondas, y contienen un círculo interno, de diámetro inferior al de la mesa, que es giratorio. Ahí se ponen los platos, entonces los comensales debemos girar el disco para que los platillos desfilen frente a nosotros, y así nos servimos de lo que querramos.
Fue una comida deliciosa.
Sobra decir que los guerreros de terracota era el plato fuerte del viaje. Miles de personas van a verlos, chinos en su mayoría, pero también hay muchos extranjeros.
Está lejos de la ciudad de Xi’an el sitio arqueológico de los guerreros, es como una hora de camino, más o menos, en el distrito de Lintong, a 30 km de la ciudad, pero como era un viaje organizado a medida, yo no tuve que batallar con eso, porque nos llevaban en bus para todos lados.
Al llegar, la guía nos compró los boletos de entrada, que ya no tuvimos que pagar en ese momento, porque el costo total del viaje los incluía, pero lo que no incluía era el viaje en un carrito de golf, desde la entrada, atravesando todo un hermoso jardín, hasta donde están los yacimientos arqueológicos.
Los chinos no dejan opción al visitante en ese sentido: si uno quiere hacer el recorrido caminando, es imposible, la única manera es coger el mentado carrito de golf y pagar como 10 o 15 yuanes, no me acuerdo. Me pareció una intransigencia, no porque el precio del boleto sea caro, sino porque no dejan opción de elegir si uno quiere caminar o tomar el transporte.
Y sí lo hacen por negocio, porque esos 10 o 15 yuanes, ya multiplicados por los miles de visitantes que recibe al día el lugar, se convierten en miles de yuanes.
Qué mal plan.
Los Guerreros de Terracota son un gran conjunto funerario que se construyó para acompañar al emperador Qin Shi Huan, de la dinastía Qin, después de su muerte y que lo siguieran cuidando y defendiendo a dondequiera que él fuera.
Si así lo hicieron, nadie lo puede comprobar. Lo que sí es que el pueblo del emperador se esmeró realmente en construirle un verdadero ejercito. Los guerreros de terracota son muy impresionantes, sobre todo si tomamos en cuenta que datan del siglo 3 antes de Cristo, por ahí de los años 209 – 210.
El sitio arqueológico está dividido en tres emplazamientos techados a donde se puede entrar para ver las excavaciones y ahí están ellos, paraditos, muy serios, color terracota, algunos con caballo, otros hincados, por los siglos de los siglos.
No dudo de la investigación arqueológica, de hecho es algo que le valió a China el premio Príncipe de Asturias, pero al ver tantas copias, tantas réplicas de estos famosos guerreros, los chinos hacen que uno se vuelva suspicaz.
No quiero decir que los que están en las excavaciones no sean los guerreros de terracota originales, pero tampoco creo que los hayan encontrado así, de pie, derechitos, perfectos y en orden. No sé cómo explicar a lo que me refiero. Creo que hace falta vivir en China un tiempo, saber como son estos chinos de… tranzas, para experimentar la sensación que yo tuve, que es como de desconfianza. Suena feo, pero de ellos hay que desconfiar.